MANIFIESTO
Por una literatura espectacular

 

En un mundo donde los dispositivos narrativos se han visto invadidos por el fetichismo digital, ¿Cuáles son los cambios necesarios para seguir produciendo literatura que produzca efecto? ¿Cómo conseguir conectar el usuario con la lectura? Démosle al lector carácter de espectador, voyeur o gamer. Proporcionemos a la experiencia literaria esencia espectacular.

La vida se ha hecho espectáculo. Sí el sueño es el más antiguo de los géneros literarios, aquel que constituye el relato primordial y el acervo de las imágenes míticas da cada cultura; el espectáculo fue durante siglos la mera representación de esta mitología. En cambio, hoy -y esto no es nada nuevo, sino que ha evolucionado durante casi doscientos años- el espectáculo se ha convertido en el propio sueño, en la propia vida, en la propia mitología. Desde la hamburguesa que tiene entre las manos, su móvil o el Mac desde el que le escribo, hasta la reflexión sobre su éxito profesional. El espectáculo es el mythos de la civilización contemporánea. Los habitantes de este tiempo son a la vez espectadores y performers, voyeurs y gamers. Este fenómeno no es nuevo, pero quizás sea hora de preguntarse cómo lo usamos para producir una literatura que nos refleje, que nos identifique, y que a través de este reflejo produzca pensamiento crítico.

Cada época ha marcado las normas de su propio espectáculo. Las normas han ido variando y hoy, bajo preceptos cómo ‘libertad individual’, ‘capacidad de elección’ o ‘proyectos de vida’, asumimos tener control sobre las elecciones de nuestro paso por el mundo. En esta zona de comfort, el propio espectador ha mantenido su carácter voyeur (cotilla, maruja) y ha adoptado uno nuevo: el performático (juicioso, crítico, difusor). Con ello se establecen las bases para la continua multiplicación del propio espectáculo. Toda idea se convierte en imagen. Todo imagen busca multiplicarse. Compartir es vivir. Sharing is caring. El individuo contemporáneo retroalimenta el espectáculo de su propia vida continuamente.

Esta apreciación está hecha a la ligera, ¡y con ello refuerza aun más su poder! Tramas memorables saldrán desde la observación del día a día. Sólo necesitamos hacer nosotros también de espectador: dejar que el mundo nos hable de cómo funciona. Los mejores personajes novelescos están online, sus hábitos los harán memorables: diosas jóvenes se hacen famosas enseñando carne en Instagram, ancianos canosos muestran sus caras de veinteañeros morenos en su perfil de Whatsapp, adolescentes se masturban con las fotos de desconocidos, filósofos twittean barbaridades, críticos critican criticando el propio medio de su crítica, nuevas generaciones abandonan Facebook por nuevos medios que no conocemos y la propia virtualidad se hace old school, los diccionarios ya no son capaces de seguir el lenguaje y los políticos ponen cara de payaso simpático vistiendo gafas de realidad virtual para la portada del periódico.

Así se nos asienta una de las bases para la literatura del espectáculo: Sus héroes se encuentran en un caldo de cultivo de egos virtuales, de vidas espectaculares; sumergidos en una sociedad tecnológica regida por la cibernética. Y estos mismos héroes y anti héroes generan conflictos por sí solos.

No por nada el esquizofrénico es el personaje con el que más nos identificamos. Su multiplicidad de perfiles lo hace encantador. Su confusión, sus mil caras, las reales, las virtuales, las no tan reales, lo hacen atractivo. Es el individuo perdido en un mundo que no eligió, en una crisis existencial que hoy es tecnológica y espectacular. La tecnología avanza por orden de las máquinas computacionales, y el humano se convierte en un simple usuario del avance, un soñador al servicio del progreso de su propia mitología. Usuario digital que va a la deriva por el espectáculo del mundo, voyeur que ansía lo extraño y a la vez elimina cualquier posibilidad de exotismo en su búsqueda; soñador que se permite soñar con diferentes vidas, géneros, sexos y deseos.

Es a partir de estas derivas de lo observable dónde han de alimentarse nuestros subtextos. De este caos de ideas difícilmente reflejables en cualquier manifiesto. De esta esencia contemporánea desde la que no hemos de tomar distancia histórica, desde la cual no hemos de etiquetar, sino de la cual hemos de mamar, sumergirnos dentro, y dejar que sea el lector/espectador el que la interprete.

No es necesaria ya una ciencia ficción, sino un realismo que incluya lo virtual como real, lo real como virtual; y en los lenguajes del espectáculo se encuentra la clave para representarlo. El usuario seguirá leyendo si adaptamos el contenido de la lectura. Enfoquemos nuestras historias hacia una nueva realidad, que asuma el caos en el vivimos, que se alimente de la locura y el frenesí de este mundo. ¿Cuanta fantasía se hace real en nuestro día a día?

Enfoquemos la mirada hacia el individuo espectador para dar sensación de performatividad al lector. No es necesario que él elija la trama, sino que se sienta parte de ella. No se trata de negar la experiencia literaria (de inmersión y absorción) sino reforzarla con lo espectacular: dónde nada sea ya privado, dónde se acepte la libertad propia a coste de la servidumbre anónima, dónde todo sea turbulento y nada estático, dónde se refuerce el espectáculo como la mitología contemporánea.

Si asumimos la gratuidad de la literatura, que al fin y al cabo sólo está produciendo ficciones, quizás no hiciera falta dar un porqué a esta necesidad de cambio.

Si por el contrario cargamos a la literatura de su valor crítico, encontraremos muchas razones por las que hemos de robar al espectáculo su propio lenguaje. Del mismo modo en que las distopías orwelianas y sus sucedáneos señalaron la atención sobre los peligros de la ‘hermandad’, la ‘revolución’ y otros conceptos violados por los sistemas imperantes del siglo XX; en el XXI es hora de dejar de lado la concepción del Gran Hermano y señalar los peligros de las estructuras de red, del paradigma de poder horizontal y de la manutención ilusoria del vertical (los señores de gris). Tienen tanta culpa el 1% cómo el 99 que los justifica. Hazlos hablar y ellos mismos se verán reflejados.

La literatura del espectáculo pondrá en alerta sobre lo que somos: una sociedad dónde el control se hace de amigo a amigo, de vecino a vecino, dónde el amo y el ciervo no se han mirado nunca cara a cara, dónde lo real no es ya lineal sino múltiple, dónde la ‘libertad’ no es gratuita, dónde lo ‘esporádico’ de cada gusto y elección crea algoritmos de control.

Una literatura del espectáculo para poner el acento en lo ficticio de nuestras libertades. Para hipotetizar los límites del consumo exacerbado. Para señalar los costes humanos y ambientales. Para hacer crítica del espectáculo desde el propio espectáculo. Para situar al lector en una posición desde la que se reconozca e identifique. Para hacer del usuario un lector, del lector un usuario. Para apagar la pantalla, abrir el libro y seguir leyendo.